jueves, 5 de marzo de 2015

...

Hace tiempo que perdí las fuerzas
para enfrentarme a una hoja en blanco.

Da miedo pensar
que una vez pude llenar miles
y que ahora las aparto
por si me reprochan
el dejarlas solas.

sábado, 9 de agosto de 2014

Adicciones de pega


La primera vez que pruebas el café, la cerveza o el tabaco, sientes asco. Solo puedes notar un sabor repugnante en la boca y te preguntas a ti mismo cómo la gente puede basar -y basan- su existencia vital en esas tres cosas, cómo pueden reunirse alrededor de una taza, jarra o cigarrillo día tras día por elección propia, y tienes la absoluta certeza de que la nuestra es una sociedad de gilipollas, de la que nunca formarás parte porque no repetirás esa asquerosa sensación. Y, en la mayoría de los casos, repites. Repites porque te dicen que el café te mantiene despierto, que la cerveza refresca y te hace más simpático, que el tabaco tranquiliza y queda de puta madre cuando sostienes el cigarro y exhalas el humo como en las películas americanas. Repites porque te prometen que te acostumbras al sabor. Y lo haces. A veces me pregunto por qué tomamos la decisión voluntaria de acostumbrarnos a algo que desde el primer segundo detestamos, y nos paseamos por la calle demostrando abiertamente nuestra estupidez, luciendo con orgullo una medalla al valor de ser totalmente idiotas. Nos acostumbramos a los programas de televisión, a las canciones de la radio, a las verduras, a las vacunas, a la depilación, a las clases aburridas, a enamorarnos de quien no debemos, a los vecinos, al ladrido de los perros, al mundo. La primera vez que me enamoré de ti, fue el primer trago de un café con azúcar o una cerveza suave, la primera calada de un cigarro light, y solo noté el sabor amargo cuando terminé. Me dije a mí misma que el amor era una debilidad absurda, que nunca volvería a repetir esa experiencia, que las personas éramos completos imbéciles en busca de más dolor del necesario. Repetí. Repetí porque me mantenías despierta y alerta entre tus brazos. Tu risa refrescaba a la mía y de pronto todos aquellos imbéciles con más dolor del necesario me caían simpáticos. Conseguías tranquilizar mis noches con una palabra, y tu piel con la mía quedaba de puta madre exhalando suspiros a oscuras como en las películas americanas. Repetí aunque me hubiera prometido que no merecía tenerte. Y no lo merecía. A veces me pregunto por qué tomé la decisión de mantenerte al margen, deambulando sin rumbo entre frases vacías, escondiéndome de mí misma con una medalla a la cobardía escondida bajo el pecho. Me acostumbré a dejar de verte, a nuestros silencios, a la insana tarea de olvidarte, a dejarte ir, a obligarte a no quererme. Tiempo después te miré a los ojos y supe que estaba tan enferma por esa adicción, que te sonreí con tres tazas de café en vena, te pedí un cigarrillo y te propuse quedar a tomarnos una cerveza algún día. Porque me había acostumbrado a ese asqueroso sabor en la boca del estómago de quien echa de menos algo que ha querido perder.

sábado, 28 de junio de 2014

Adiós de bar sin carretera.


Podemos elegir en qué creemos o en qué necesitamos creer.
Quizá por eso nadie tenga fe.

Podemos elegir que el miedo sea una pistola apuntando al corazón. Una mirada y un "te quiero" que se disuelven en el aire como el veneno se disuelve en el último trago. Podemos elegir abandonarnos sin explicaciones a un recuerdo de tiempos mejores. Y ambos sabemos que los mejores tiempos estaban cargados de dolor.

Puedo elegir mirar cómo te disuelves en el veneno de la distancia. Que el humo de tu cigarro se retuerza entre tus labios al igual que lo hace la pena en mis dedos cuando te escribo durante horas, sabiendo que nunca podrás leer cómo intento cicatrizar acantilados en nuestra memoria.

Puedes elegir confiar en mí. Puedes elegir creer que te quiero con la fuerza de todos los demonios que me obligaron a alejarme de ti, creer que solo necesito tu abrazo para recomponer mi vida.

Elegí morir para que tú vivieras. Elegí el silencio antes que gritarte entre sollozos la verdad que nunca diría y ya te he dicho muchas veces. Te elegí a ti antes que a mí.

Y tú elegiste aceptarlo. Elegiste borrarme de tu cuerpo sin explicaciones para reemplazarme por otras risas y  perfumes de mujer. Elegiste la cerveza de los bares que me observaron huir corriendo de nosotros. Elegiste aceptar con sencillez que yo ya no estuviera.

Ojalá seas tan feliz con tu elección como doloroso es mirarte en unos ojos que ya no sonríen.

Ojalá seas feliz.

Podemos elegir a quién queremos o a quién necesitamos querer.
Quizá por eso yo no pueda querer a nadie.

domingo, 11 de mayo de 2014

Carta desde alguien que ya no existe.


Tras toda tu rabia recién estrenada sigues guardando esa vieja inocencia tierna que un día me obligó a querer ser buena.

Ha pasado el tiempo, se ha detenido a mirarte, y habéis quedado para que te presente al verdadero monstruo.

Abre, soy yo.

Toda la tristeza del mundo se ha reducido a un silencio.
Está poblado de personas que mienten.

Tienes mucho que descubrir todavía, y hemos agotado el tiempo para volvernos niños unas horas. La mejor nota de despedida que puedo imaginar es enseñarte a temerme; quizá en otra vida vuelva para destrozártela, y necesitarás saber que también puedo decir la verdad.

A ti te preocupaba mi ausencia de palabras, que lo hiciera desaparecer todo bajo un silencio mágico que invirtiera los problemas en sonrisas vacías, sumergirte en una ignorancia que solo intenta protegerte.

La bestia que debes temer acalla los ojos y la piel. El mayor terror que crea es un contacto vacío con ojos ausentes, cubierto de risas y palabras que jamás significarán nada.

Mantente escuchando: mi risa tintinea en una frase alegre mientras has dejado de notar que hace días que no te miro a los ojos y tengo las manos frías.
Tú respiras tranquilo porque estoy hablando.

Bien es la palabra más pobre que hemos creado.

Entre nosotros todo está bien.

Respira.

Casi he huido, solo quería despedirme de la persona que he sido contigo. De la persona que has dejado de ser. Un día me sorprendí echándote de menos mientras me estabas abrazando; comprende que ya lo he perdido todo, tengo que irme aunque me quede aquí.

Puede que te haya mentido, quizá sea una nota de suicidio.

De todas formas tienes una voz preciosa: quédate en silencio y oye cómo te habla la piel cuando te brillan los ojos.

Te quiero y ojalá puedas perdonármelo.

Ya me he ido.

Puedo prometerte que no voy a volver; un día me enseñaste a ser buena.

Por fin lo he sido.

Contigo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Danzas al viento

Las personas tenemos un problema terrible: necesitamos que nos quieran. Podemos sobrevivir sin llegar nunca a querer a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, pero nuestra alma, firme fragilidad de la razón, acaba por marchitarse en silencio si no encontramos otra que, al menos una vez, nos tienda la mano con dulzura.
Perseguimos desesperados ese contacto desde que nacemos, revolviendo todas las vidas que nos tropiezan en su propio camino, buscando aquel cariño que encaje con la forma del nuestro y nos complete, aunque sea tan solo por unos instantes. Eso es lo terrible y maravilloso: de nuestra ternura nace el amor, y las personas dan un paso más tratando de alcanzarlo desde el principio, sin saber que es del amor de donde surge el dolor.
Yo busco el origen, la primera chispa del roce de dos cuerpos, el amor anterior al amor. Busco risas profundas y frescas con los ojos cerrados, alguien que camine junto a mí en un silencio apacible y se sienta lo suficientemente en paz como para discutir conmigo las pequeñas cosas. Hablar de cine y literatura, de comida y ciencia, y alergias, y familias, y tristezas, y sueños; y que las palabras más importantes no sean necesarias en voz alta. Que sea la revolución insumisa contra la rutina del mundo, que me haga sentir libre y libere todos mis pájaros de entre mi pelo para que vuelen a mi alrededor, y nunca me parezca bonito sino arte, y que como el arte se desligue de su forma y me haga sentir algo.
Yo no busco el amor, no busco un amante que me bese en una calle oscura, ni una caricia lenta por la espalda, ni un romance que provoque historias, ni a alguien que quiera esto mismo de mí. Pretendo descubrir un alma que le hable a la mía de poesía y de personas, -que a fin de cuentas es la misma cosa-, y que nuestro conocimiento mutuo no sienta necesidad del amor, sino que sea este quien nos necesite a nosotros cuando desee existir.            @MelanyButler

lunes, 21 de abril de 2014

La mudanza de las sonrisas interiores.


Aquí está mi historia trágica de los lunes lluviosos:

Es lunes y hace tanto calor que escribo sentada en el suelo sin pantalones y una camiseta vieja, tal y como a ti te gustaba encontrarme, tal y como yo hacía que te perdieras. La historia sigue siendo la misma, y ojalá nosotros pudiéramos decir lo mismo.

Te echo de menos y todavía no he huido del todo de ti. La primera norma que me puse fue no hacerte un daño que no fueras capaz de superar con tres cervezas y abrirte los ojos y los labios a un mundo que no conocías todavía muy bien, enseñarte todo lo que desearía que no me hubieran enseñado antes, hacer bien mi papel de musa y que los destrozos los pagara el seguro de la puerta trasera del coche donde quería llevarte borracho.

Y mírame. Llevo tres noches dando vueltas en una cama desmesuradamente vacía, echándome a llorar cuando mi vecino toca la guitarra con toda la rabia que muerdo, e intentando cubrir con risas unas ojeras hechas de pólvora y un corazón en carne viva. Hay tantas cosas que necesito decirte, y que sin embargo no son capaces de vencer el obstáculo que supone que si abro la boca me quiebro. Tengo poco que dar y demasiado que guardarme, y me conoces lo suficiente como para saber que no me verás ahogarme en vida sabiendo que es por ti. Puede que tú vayas ya por la quinta copa y no lo supero.

Todas las promesas que te he roto no son ni la mitad de las que me he estrellado a mí misma contra el suelo de la cocina. Me hiciste jurar que no volvería a intentar morir tan rápido, y a cambio de tu mano sobre la mía cerré los ojos y permití que el infierno se me metiera dentro. Puedes estar tranquilo: pásame un bombón y no te cuento todas las veces que he deseado arrancarme la piel esta última hora.

Soy una hija de puta pero cuánto querría no serlo contigo.

Me pediste el alma entera y te la he dejado sobre la mesa, con los agujeros y las zonas prohibidas rodeadas en rojo. Si preguntas por qué solo soy mala contigo voy a sonreír como si hubiera dormido algo y voy a subrayar en silencio esa parte donde dice que soy incapaz de fingir si estás cerca. Puede que me importes demasiado o que tenga la necesidad egoísta de que sepas que existe alguien debajo de todas las falsas carcajadas a quien le da miedo el fuego y que no la quieras.

Existen tantas formas de querer como de morir, supongo que es lo mismo. Habrá gente a la que no le importes una mierda y otra que te ayude con los finales de matemáticas en vez de ir a merendar. También hay a quien le dan igual tus errores o tus decisiones (en mi caso tienen el honor de ser sinónimos), o aprende a vivir contigo y con ellos en paz con el karma, tolerancia lo primero, haz con tu vida lo que quieras yo te querré tal y como eres.

Luego estoy yo, que se me queda cara de tonta y risa de cine mudo cuando alguien que no eres tú me habla desde unos labios que he recorrido a nado. Sabes que estoy loca y soy tan rara... no me pidas que me encoja de hombros y te deje ser de nuevo si lo que se me encoje es el corazón cuando me abrazas y no te siento al completo. Una vez las piezas encajaban con gracia, y ahora ni siquiera es el mismo puzzle.

Pero no me voy a ir. Voy a quedarme a tu lado hasta que se apague el mundo y voy a conocer de memoria el olor de cada centímetro de tus brazos, porque tienes razón. Tú y yo ya no somos los mismos, y tus decisiones irán a la par que las mías para mantenerte cerca, aunque tu voz no sea igual que aquella que hace tiempo quise escuchar con más detalle. Pero no te querré igual, no puedo brindarte el mismo tono de ternura y cariño que pinté exclusivamente para aquel que ya no eres. Prometo buscar otro color, otro amor que combine con nuestros nuevos días, igual de fuerte e incondicional, pero distinto. No me interpondré en aquello que desees vivir, pero tampoco dejaré de sentir tristeza. Tu calor es mi casa, aunque nos hayamos mudado.

Desconocido, todavía no sé bien quién eres,
pero sé que te amo
tanto como te echado de menos
y he llorado tu muerte.

jueves, 27 de marzo de 2014

El mal tiempo lo lleva marcando el reloj muchos años.


Yo todavía no he escuchado a nadie decir
sinceramente
"gracias por no venir"

la de cosas que habríamos roto
a fondo
si hubiéramos aparecido alguna vez
donde no lo hicimos

que te abran la puerta
y te abracen
(esto es tan hipotético que no existe)
agradeciéndote las putadas que no has hecho
sin querer
o con esfuerzo;
tiene que ser bonito

somos pensamientos aleatorios
como las canciones del móvil
hechos para hacer mucho daño

que te digan "qué viento hace"
cuando casi se te está peinando el pelo
mientras deseas volarte por la calle
y sigues pegada al suelo
y a un chicle

todos fuerzan sonrisas
risas nerviosas
mientras se les vuelve del revés el paraguas
al cruzar el semáforo
e intentan arreglarlo apresuradamente
para que no les pite un coche
cuyo conductor esa noche no ha follado,
y volver a su gris anonimato
de paraguas dóciles
y ropa seca

y juro que voy a pararme a aplaudir
cuando alguien tire el suyo en medio del paso de cebra
con un conciso y adecuado
"me cago en la puta"
se arregle la chaqueta mojada
y se vaya
entre muchos pitidos
porque ahora hacen falta más personas
con sincera mala leche
y más lluvia

el ser humano merece la pena
cuando deja de intentar merecer la pena
y se ríe

y joder,
que estamos mucho más guapos
cuando somos unos hijos de puta
que roban cucharadas de postre cuando no miran
y se encienden pitillos a escondidas en el baño
y dejamos de preocuparnos de la vida
un rato
cuando nos abren la puerta
y nos abrazan
preguntando
qué narices hacemos allí.