viernes, 27 de diciembre de 2013

El cristal.




Me ha asaltado mi reflejo en un escaparate mientras andaba con el rostro enterrado en la bufanda, clavando la vista en el suelo, mecanizando mis pasos para no tropezar con nadie. Como un disparo por sorpresa entre los ojos, un puñetazo en la garganta que te roba el aire, una nueva bomba de Hiroshima. Lo he visto de reojo, otra figura más caminando veloz sin tener realmente claro de qué estoy huyendo, y ni siquiera me he reconocido. He cruzado la mirada conmigo misma durante una fracción de segundo, en un parpadeo tan lento como una vida, y mi mente ha identificado mis facciones, mi estatura, mi pelo, mi ropa; ha comparado a esa persona, a esa sombra borrosa rodeada de luces, y ha susurrado que soy yo.
Es mentira.
He dejado de existir hace mucho tiempo.

Me pregunto si la mayoría de edad que no tengo en mi carnet se me ha instalado envejecida entre los labios. Me siento sonreír como si hubiera agotado todo el tiempo en un grito, y fuera una carcasa vacía demasiado prematura como para llenarse de nuevo. Estar cansada al despertar por las mañanas es sólo una forma de expresar que he tenido el alma en vela ocho horas.

Vivo rodeada de malos recuerdos, de decisiones rápidas y baratas, de dolor sedado en los pulmones. A veces cuando respiro lo noto temblar como cuchillos, y necesito otra capa más de indiferencia para mantener la expresión en su sitio. Las pesadillas no parecen tan malas cuando tengo que abrir la puerta y salir por la mañana con la alegría pintada a prisa y corriendo. Ni siquiera puedo ser muy feliz por si se me desgasta entre clase y clase.

Hoy me han saludado diciendo que estoy triste.
Que se me nota en los ojos.
La pena.
Que no le mienta, que no me esconda, que no retroceda.
Diga lo que diga, mis ojos también hablan.
De pronto ha hecho más frío. Han caído las temperaturas en perfecta coordinación con mis defensas, pero he sido la única que ha notado el viento helado en la piel bajo los cuatro jerséis.

La tristeza es un arte vestido de negro impoluto.
Yo sólo estoy perdida.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

La coherencia es una de las palabras más graciosas del diccionario porque somos capaces de nombrar algo que no existe.


Estoy gastando en sonrisas las esperanzas que guardo bajo el colchón,
los ahorros de toda una vida de decepciones y golpes contra el mismo invierno,
pero la tristeza permanece enredada en mi pecho,
como la medalla de oro de un juego ilegal y peligroso,
una loca competición entre sombras para ver quién resiste más a oscuras.
Mis recuerdos son mi forma de hacer trampas, porque qué miedo puedo tenerle a la oscuridad
si el monstruo del espejo sólo me mira a los ojos al encender las luces.
Confieso que puede que ya tenga la cuenta de alegrías en números rojos,
pero endeudarme el alma en una mentira es una forma de morir
tan buena, como cualquier otra que deje dormir a mi madre por las noches,
mientras yo escribo,
(al amanecer, el humo ha llenado la habitación, pero mi respiración continúa vacía).

Esta situación no es de locos,
porque puedo asegurar que no somos capaces de mantener ni las situaciones,
pero es curioso el parecido que tiene con volarse la cabeza sobre la encimera
muchas veces
la tarde del estreno,
dejando una butaca vacía en un mar de gente que no atiende a la obra,
pensando en aquel irresponsable que se ha olvidado de ir después de pagar la entrada.
Aclaración: amar también es una forma de suicidio.
La sociedad está diseñada para pensar lo peor de todo en el menor tiempo posible,
así que si vamos a escandalizar, que sea haciendo mucho ruido,
aunque no puedan oírnos.

Y sí, estudiarnos la piel a cámara lenta es tan solo una excusa
para no tener que preguntarnos si nos dan miedo las alturas
justo cuando hemos recorrido la mitad de la caída libre.
La mejor forma de cicatrizar un mal trago
es pegarle siete a la botella antes de vaciarla sobre la herida,
incluso antes de notar el filo atravesar tus buenas intenciones,
porque las mías las llevo ya hechas jirones sobre las frases educadas,
y estaré muy jodida, sí, pero al menos también estoy borracha.
Me persiguen los susurros de las señoras mientras camino,
diciendo que llevo puesta muy poca hipocresía para lo falso que es este tiempo,
que se me ve toda la pena por detrás de las apariencias si doy un par de pasos,
y parece que voy buscando alguien con quien ser sincera, como una puta muy poética.

Lo mejor de todo es que no tengo ni idea de qué debo hacer,
apretando los puños de las mangas para fingir ser una persona normal,
mientras voy dando tumbos por los corazones de la gente que se acerca a olvidarme rápido,
sacando todos los miedos de los cajones de la seguridad interior,
y huyendo antes de tener que enfrentarme a ellos con los dedos vacíos,
porque éso se combate teniendo la mente en blanco,
y antes de un parpadeo ya estoy escribiendo en ella.


Puede que la Navidad me ponga triste porque no sé querer a nadie.

martes, 17 de diciembre de 2013

La educación de los ateos.


Quizá es que siempre he visto el amor
como el folleto que te da por la calle
el mismo hombre casi muerto de frío,
con la sonrisa cansada de siempre,
el "gracias" con la mirada ausente
y el sueldo que nunca llega para alimentar a los dos críos.
Ese folleto que coges por educación,
por despiste,
por mecanicismo,
por no saber negarte,
por pena,
y finges que observas interesado
hasta que puedes tirarlo sin que te vea,
quince paso más allá.

Mi propósito de año nuevo
es callarme todas las cosas que debería decir para ser feliz.

Ahora una piel para mí,
es una piel.
Los ojos miran,
los labios se mueven,
el corazón bombea.
Podría jurar que antes creía en algo
que tenía que ver con tener fe
ilusión,
cariño,
esperanza,
humanidad;
con algo que te iluminaba las venas
y notabas la corriente llegarte al pecho;
con una sonrisa de medio lado
disimulada en la bufanda,
y el aire atascándose en la garganta,
enlazándose en las palabras,
hasta callar,
por no besar.

Ahora una piel para mí,
es una piel.

Ha pasado un año,
hemos pasado un año,
y el hombre de los folletos sigue estando junto al buzón de correos,
más helado,
más cansado,
más ausente,
y con otro niño.

Hoy me he guardado el papel en el bolsillo
cuando he visto un océano de folletos,
tristes,
huyendo en remolinos de viento
como hojas falsas de invierno,

quince pasos más allá.

lunes, 18 de noviembre de 2013

'Y nada, que...'


Ahora cuando llega frío me doy cuenta de que echaba de menos arroparme hasta arriba y poder salir a la calle con esos jerséis de manga larga (de manga dada de sí hasta la mitad de la mano*).

O a lo mejor es una simple excusa que pongo para no decir verdades desde mi ventana. Que la lluvia es más bonita cuando lleva un vestido gris. No sé si me entendéis. Que a mí me gusta más (como ya sabéis) cuando todo va acorde con mis ojeras y cuando el rimmel no acaba por los suelos.

Fíjate que he procurado vestirme de flores y nada más abrir el armario se han marchitado. Imagina cómo se han quedado mis labios al verlo.

Para que lo entendáis, algo parecido a esa sensación que se queda cuando llevas tantas horas en otoño que hasta los huesos se agrietan. Así respondieron al ver los restos de rosas. Así que esta noche dejaré preparada la ropa para mañana, no vaya a caducar o algo así. O no se vaya a olvidar de mí.

Y nada, que
sólo quería joderos noviembre.

martes, 12 de noviembre de 2013

Iniciación al corazón mecánico.

 
La primera regla es que no tienes que leer ésto,
ni saber que existe,
ni querer que exista.
La segunda, es que no tienes que creerte nada,
porque te voy a decir la verdad
a medias
sin ligero,
para que se deslicen por mis piernas
como ya no lo haces tú.
La tercera tiene algo que ver con que no te quiero,
o que te odio.
"A ti,
por ser tú;
(joder, ojalá no lo fueras):
Me he prometido que no te iba a escribir nunca más, 
pero me he quedado sin chocolate puro 
y tú eres la segunda cosa menos dulce que se me ha ocurrido. 
No voy a decirte nada bonito, porque ésto es una desdeclaración de principios
y yo soy de finales
de cine negro.
Escribir es lo más parecido que conozco a volarse la cabeza con una pistola, y este folio todavía está muy blanco como para entender que tiene la culpa de todas las desgracias del mundo,
de la pena,
del suicidio,
de la muerte,
del colchón vacío,
del cielo gris,
del amor,
y eso es lo más aterrador.
Ni tú me querías, ni yo sabía cómo fingir que no me importaba
ser tu segundo plato frío,
tu número para aburrimientos de emergencia,
tu niña que volver mujer a base de malas noticias
de las que me tenía que enterar yo.
Creo que todavía no sabes ni en qué piso vivo,
y yo intento olvidar la contraseña de tu WiFi,
el color preferido de tu hermana,
y cuántas cucharadas de azúcar se echa tu madre en el café.
Voy a serte lo más sincera que puedo,
porque puedo poco:
siempre pensé que tenías una luz dentro, capaz de iluminar el mundo,
aunque jamás me diste un poco.
A veces robaba unos rayos en tus ojos cuando hablabas
y la voz te cambiaba tanto como el mar de noche;
parecía encontrarla entre dos caricias en las manos,
cuando te dejabas consolar, apretando los puños;
cuando me explicabas el por qué de ti, de ti entero,
y yo te creía porque eras bueno,
a solas,
siempre a solas.
A solas yo me corto los labios
practicando sonrisas.
Te odio casi como si en algún momento
me hubieras llevado en el manillar de la bici 
al borde de un infarto,
y te hubiera sentido sonreír contra mi mejilla
al gritar cuando casi nos mata un coche;
como si me hubieras convertido en un fantasma
del que dejaste de acordarte a las dos horas de estar sentada
observándote mirar tu ordenador sin que me vieras;
como si te hubiera despertado muchas veces envuelto en sábanas,
y me hubieras llamado aún durmiendo
"mamá, cinco minutos más" con la madurez aún despeinada;
como si hubieras silenciado mis palabras a besos
para no tener que oírme preguntarte
qué era lo que estábamos  haciendo;
como si te hubieras aprendido una canción de Sabina
sólo porque te dije que fue mi primera razón para escribir,
y tuvieras celos de sus versos;
como si te hubiera gritado toda la rabia que existe,
y me hubieras convencido a base de miradas al suelo
de que todo iría a mejor,
siempre a mejor,
que lo prometías;
como si hubieras señalado en el cielo constelaciones
que sólo se pueden ver desde Perú,
diciendo algo que no recuerdo, 
porque te estaba mirando inventarte el firmamento entero,
mientras yo hacía como si la Cruz del Sur se viera perfectamente.
Y te odio,
de una forma absoluta como el tiempo,
como si en algún momento, en otra vida,
en otra alma,
te hubiera preguntado si yo te hacía feliz,
y tú hubieras dicho
sí.
nunca me lo preguntaste a mí



Creo que lo que más miedo me da de todo,
es que he cerrado los ojos y he reconocido tu olor
incluso antes de que te asomaras por mi hombro. 
Que tus manos siguen siendo tus manos aunque no me toquen,
y eso es de ser muy hijo de puta.
Y podría regresar,
y dejar que fueras tú otra vez
conmigo,
si no fuera porque vives del dolor que creas
buscando algo de amor para llegar a fin de mes.
Para ti el amor es amor,
absoluto y puro,
sin personas, ni distinción, ni tristeza, ni dolor, ni sangre, ni sudor, ni lágrimas;
y al amor sin éso no vale la pena matarlo,
y yo sin muerte no lo quiero.
Después de todo,
sigues estando tú,
y tu risa,
y tu olor,
pero yo no."

sábado, 5 de octubre de 2013

De los que llevan la sensibilidad al lado del ticket del parking.


Dejad de leer como si fuera a deciros de qué va el mundo,
porque si supiera qué hacer con lo que tengo,
lo juro
no sería ésto

lo que me gustaría explicaros
es que me he reído de mi padre sólo porque ni en su boda consiguió
que su vals pareciera algo que podría ser un vals,
de niña nunca me he subido a sus zapatos porque me caigo
ni mi madre ha tenido su baile lento en una noche estrellada
a 5 grados
pero oye
es de los que te coge por sorpresa en la cocina
y te da mil vueltas
hasta que casi te desmayas sobre sus brazos de puro susto
y resulta tan torpe moviéndose de un lado a otro al ritmo de Coque Malla
que bailar pegados no es bailar
si no te ríes

y nosotros sí que bailamos



quizás si somos unos egoístas
que miramos a ver cuánta propina dejan en la mesa de al lado
fingimos que no hemos oído la llamada
elegimos las fotos en las que no salimos tan mal
y permitimos el amor siempre y cuando nos trate bien
porque nadie nos ha dicho que éso no existe

pero luego
cogemos el folleto a la gente que los reparte por la calle
porque no sabemos decirles que no
y lo pasamos mal disimulando cuando lo tiramos
le sostenemos la puerta al señor de atrás
que la deja cerrarse en las narices del siguiente
pensando que es la última vez
mientras lo hacemos cada día
escuchamos a la gente cuando habla para que no se sientan mal
y casi nunca nos enteramos de qué dice
intentamos dejarle los platos más o menos ordenados al camarero
pero siempre ponemos mal los cubiertos
y andamos con la vista en el suelo
con miedo de cruzarnos en la mirada de alguien que busca a otra persona

joder

que no he perdido el tiempo
que me giré un momento y ya no estaba


imagínate cuánto nos mentimos a nosotros mismos
que ya hablamos por mensajes para no tener que oírnos
y aún así la gran mentira
es que nos crean

somos los que pensamos que los domingos son especiales
y miramos por la ventana, esperando algo
que siempre nos deja plantados
envidiando a la gente que vemos andar muy deprisa
en verdad no van a ninguna parte
pero no se paran para no darse cuenta
y las viejas de los portales no les saludan como a nosotros
ni les bendicen cuando les coges las bolsas del super



ojalá que nunca nos digan que somos buenas personas
no vaya a ser que lo seamos de verdad
y ya sea demasiado tarde





ay
dejad de hacerme caso
que sólo digo cosas serias

domingo, 15 de septiembre de 2013

Sé que os importa una mierda ésto, igual que a mí.


Habríamos sido la frase de amor más bonita si hubiéramos llegado a pronunciarla.
El pánico mudo me quiebra,
de la misma forma de la que se parte en dos una vulgar rama,
o el desecho del esplendor verdoso de la vida.
Me quiebra desde la sombra, inesperado,
profundo, atroz.
Lo noto ahí, en alguna parte entre tú y yo,
entre esos fantasmas que hemos sido, vagando escondidos,
temiendo cruzarnos, rozarnos tan sólo.
Encerrados en nosotros mismos, mientras fingíamos amar.
Ésas son nuestras sombras que he creado,
imágenes vagas que poder mantener alejadas de mí,
mientras respiraba el miedo.
Pero amigo, tú no puedes ser sombra,
ser el copo que cae en silencio sobre otro copo,
blanco entre un blanco más resplandeciente,
frío sobre el más puro hielo.
No, tú emerges de entre los susurros,
de lo oscuro,
abres los ojos y eres luz que arrastra al mundo consigo.
Separas los labios y gritas sin sonido,
oyendo tu grito resonar en mi pecho,
y paras, paras a observar cómo se extiende en mí,
como si el mundo entero también se detuviera a mirarme.
Y los pájaros quedan suspendidos en el aire, en el aleteo,
y las copas de los árboles dejan de ser mecidas con suavidad firme,
y los edificios quedan muertos entre sus paredes,
y los labios enmudecen esperando el aliento,
pero tú me observas.
Tu voz estalla en mis oídos y en mi piel,
enredándose entre los huecos olvidados de mis costillas,
y la noto clavarse al respirar mientras me ahogo,
sonando como el aullido de un perro que muere.
Hablas y te escucho, amigo,
como si pudieras salvarme de mí misma.
Me aferro a ti, aterrada de las sombras que me acechan,
del monstruo que emerge del armario vestido con mi ropa de algodón,
exigiendo más odio para avivar su odio.
Me aferro a ti, sabiendo que el dolor me encontrará en cualquier parte,
y te quiero.
Nos convierto en sombras de humo que no pueda encontrar la vida,
y cuando lo hace, amigo,
tú ya me amas, y es demasiado tarde,
porque la frase más hermosa del mundo muere en mi voz

cuando el más puro dolor hace nacer mi grito.

martes, 2 de julio de 2013

Hay una chica que se ríe sola en el último banco de la iglesia.

Cada vez que intento escribir bien, vivo mal.

Otra vez has puesto esos ojos que me obligan a sentarme de nuevo cómo lo haces, si ni siquiera te he mirado y a resumir en una sonrisa torcida el desastre de día que llevo teniendo desde hace muchos meses.

Bienvenido a la República Independiente de mi Infierno.

Junio sólo es la distancia que hay para vivir en julio. Y ninguna novia quiere casarse en julio por miedo a que los niños se acerquen corriendo a sus vestidos blancos
resulta que nos casamos desnudos hasta de colores
con helados de chocolate derretidos, porque prefieren un encaje antiguo en el escote antes que una inocencia prestada por un día que resulta ser una vida.
No quieren.
No
quieren.
Pero se casan y fingen no saber que el novio lleva una mancha de chocolate rojo en el cuello de la camisa, y apenas si me aguanto la risa porque he oído a la mujer del banco delantero decir que ella nunca se va a casar en agosto.

No sé qué hay de malo en ser animales sin corazón si ni siquiera lo usamos.

Yo por verano entiendo un paréntesis vacío que intentamos llenar de felicidad de oferta en la sección de congelados con trocitos de nueces. Y quien dice que entiendo, dice que ojalá supiera qué narices estoy haciendo.

Hace demasiado calor para enamorarnos, así que enciende la televisión y el aire acondicionado y deja de mirarme
              deja de no mirarme
                                                y busca alguien a quien pensar esta centena de días que no tenga tantas ganas de besarte e irse a la hora de cenar.
                  
Tengo una lista de inspiraciones con dos nombres
que huelen a desodorante y a espuma
y


qué desastre.
Yo huelo igual.

Prometo que la señora que tengo delante le tiene más miedo a los dedos pringosos de los niños que al carmín de la rubia de la izquierda,
pero ella nunca se va a casar en agosto.



Y yo nunca voy a escribirte.

sábado, 29 de junio de 2013

La diatriba de un loco es siempre sobre la cordura.

Entended que nunca os tome en serio cuando decís que os queréis morir
y al día siguiente estáis vivos.

El prólogo al diario de mi vida sería una sola palabra:

murió*.
(*aunque antes ensayó muchas veces.)    

 
Se puede sonreír de tantas maneras distintas que ya he olvidado si en alguna era feliz,
o si era yo,
o el monstruo que guardo entre la ropa de algodón suave para que dé los buenos días los lunes,
y las buenas tardes los domingos;
o la muñeca de cera color crema que finge llorar con las películas de amor cuando está sola (siempre),
y huele a manzana cuando la queman;
o el trocito de reflejo que se cuela entre mis pestañas cuando cierro los ojos al lavarme los dientes,
y que mata.

Nunca se le puede preguntar a un loco el por qué lo está,
porque no lo está,
somos nosotros.

Tenemos tanto miedo a vivir como a morir, y por éso estamos tristes.
He aprendido que en vez de la felicidad, voy a buscarme a alguien que me permita escribir
y llorar
hasta desangrarme,
(aquí es cuando os dais cuenta de que he dicho lo mismo.),
que me muerda la alegría y el cuello,
y que devore las palabras pensando en la piel de mis clavículas,
porque no sé para qué voy a querer romperme por alguien que me quiera absolutamente.
Todos bailan y se pisan los pies,
y resulta que ahora la luna tiene más poetas que gatos,
que han aumentado las ruinas y los canales de Venecia según las últimas estadísticas,
-y Dámaso lleva toda una vida llorando por los cadáveres de Madrid,
cuando los que se están pudriendo son los vivos-.

Cada vez me da más vergüenza sufrir por miedo a ser como vosotros,
y tener que decir que sufro para sufrir mejor,
y qué asco.
Yo con el silencio me suicido mejor y más rápido,
y puedo seguir viviendo para morirme más veces
                                                                         cada tres versos necesito recordarme que no me haces falta
                                                                                       y borro los pronombres personales de mis sueños.
Y es que la tristeza más bonita que he visto nunca
todavía no la he visto.

Todo lo que he aprendido del dolor, nunca entraba en los exámenes,
porque las respuestas a las preguntas siempre se decían en voz baja,
en una despedida,
en una nota a pie de página*
o
no
se
decían.

Dejad de querer decir que os habéis muerto
si ni siquiera sabéis lo que es estar viva por obligación
a otras personas.
           




                                                                                                                                                                                                *(vacía).     

jueves, 27 de junio de 2013

Declaración de tristeza de S.




Nadie quiere tomar chocolate caliente con Sophie.

Ella sueña, pero no lo sabe. Dicen que no puede comprender lo que es soñar. Cree que todo lo que dibuja en su cabeza es real, así que sus recuerdos son de colores tan vivos que cada silencio con ella se llena de pequeñas campanitas que ríen en sus labios sin querer. Para ella lo irreal es lo que ve por la ventana a la hora en la que el mundo se despierta, porque cree que la ciudad duerme, y teme a los monstruos que encierran sin llave en sus armarios (sigue cerrando los ojos con una bombilla tenue iluminando su mesilla, como método preventivo). Qué tontería, me digo. Cualquier hombre del saco se enamoraría del brillo que irradia Sophie. Deberían asustarla las cientos de hormiguitas que corretean llevando muecas tristes de payaso en la corbata, pero sólo le preocupa que llueva y se mojen sus paraguas.

Así que no, prefiere no salir al gris de fuera. Por qué. Para qué. Con qué zapatos.

A veces, cuando todo está calmado, voy a verla dormir. Me gusta cómo tiembla su nariz al respirar, y muchas veces he escrito sobre la forma en la que se le enreda el pelo en los diminutos pendientes de brillantes, (el pelo le huele a champú de miel. Ella sonríe cuando lo acaricio, y me promete que seremos amigas para siempre. Aunque qué es prometer.) Le he dicho que sus ojos se merecen un nuevo tono de azul, porque es casi tan transparente como ella, como el hielo que se forma sobre los pétalos de las flores que bordean los caminos. No sabe que guarda toda la melancolía del mundo en las pupilas, (todo el mundo conoce los fijos ojos tristes de Sophie). Sus labios parecen fresas, pero tampoco sabe lo que es recoger fresas en Abril porque le da miedo viajar en coche. Piensa que soy valiente por encerrarme en una cápsula de hierro inerte que se mueve muy deprisa, sin notar el viento durante muchas horas. Casi parece que describe la forma en la que vivo. Confieso que muchas veces he querido parar el coche y quedarme quieta en el asfalto de alguna carretera solitaria, notar el calor del suelo, el viento viajando entre los arbustos, el paisaje en completo silencio. Cuando me siento en el suelo a mirar la niebla que disuelve el horizonte, no parece tan terrible soñar en colores y ser amigas para siempre. Sólo que el trigo acariciando el aire no es tan hermoso desde detrás del cristal (en el que le gusta dejar la huella de los dedos, porque tiene miedo de no dejar nada suyo en el mundo) pero es lo único que puede tener.

Dice que le gusta andar descalza por el pasillo hasta que el frío le hace cosquillas en los pies. Y yo pienso que es terrible que nadie le haya enseñado a bailar, porque la primavera atravesaría todas las estaciones para enredársele en los tobillos o en las floreadas medias blancas para ayudarla a dar vueltas sobre la moqueta. Su falda de gasa azul parece ondular y flotar en medio de la estancia, como si fuera una sirena del aire que no puede cesar de girar.

Hace meses que ya no lloro por ella, ni por su forma de cerrar los ojos al sonreír.
Lloro por el resto del universo.




Nunca se lo he dicho, pero creo que Sophie crea música con cada risa.

domingo, 9 de junio de 2013

El dolor tiene una poesía para él solo.


No existimos cuando queremos ser felices.
El mundo se sienta a oscuras en el suelo, con la espalda
podría recorrer con la punta de mis miedos cada vértebra
apoyada en las persianas bajadas, suplicando que no salga el sol.
Escucha cómo la luz mata cada una de mis tristezas,
o las entierra,
o las esconde.
Creo que sólo estamos muertos por el placer de llevarnos flores,
y olvidarnos de nosotros mismos en los aniversarios,
llorar un poco con las fotos antiguas,
desgarrar las sábanas
nadie quiere fingir dormir en la cama de un sonámbulo 
y utilizarlas como vendas para los ojos,
hasta arrancárnoslas y escribir microcuentos de suicidio en ellas.

                                                                                                                                  Están en blanco.
                                                                                                                                   Y siguen sucias.

Mírame,
como si pudieras verme.
Hemos hablado de precipicios después del café frío,
y ahora que no me escuchas
(cierra las puertas antes de decir que siempre lo haces,
porque cuando parpadeas tienes fugas de mentiras en las sienes)
voy a gritar hasta romper el silencio
en cristales con los que pueda crear abismos rojos en mi piel,
hay una forma de estar callada que se parece a morir.

Si me quisieras no sería divertido quererte,
porque a qué ruina voy a escribir siendo feliz,
si éso existe.
(Tengo sin estrenar un abrigo destrozado
y creo que en el bolsillo derecho me he dejado
o me han dejado a mí
cuatro migajas de felicidad a medio quebrar,
y qué pena
que la ropa no me quite el frío.)

                                                                                                            Puede que ese payaso de la esquina
                                                                                                             tenga la sonrisa más vacía de todas.

Y qué envidia.

martes, 7 de mayo de 2013

Mereces que no te merezca.


Puede que lo que más me guste de ti sea que no eres feliz.

Tienes esa forma de fruncir el ceño,
como si quebraras tu frente en mil rayos
(y a ti te aterran las tormentas)
clavando la mirada en la pared
hasta hacerle daño.
En momentos como ése me gustaría pintarte de palabras
porque eres todo el dolor que quiere un poeta,
o alguien como yo,
y casi me avergüenza tener que arañarte 
con los ojos,
para que me regales dos segundos   
                                                             y
                                                                        medio
                                                                                        latido
hasta que te canses de hundirte en mis pupilas,
o de que quiera que lo hagas.
Luego, tus mejillas vuelven a ser de piedra
y yo tardo varias vidas
en intentar que no me tiemble el mundo
ni las rodillas.
Me has obligado a dejarme conocer,
y tengo tanto miedo que podría correr
para olvidarme de mis pies y
de por qué huyo,
(pero tú seguirás sabiéndolo).

Tengo que intentar odiarte mucho
para no hacer de tu pecho
un refugio de emergencia    
                                                                                                                                 contra mí,
porque he leído en algún sitio
nosequé de la boca del lobo,
y se parece a ti cuando sonríes
porque oscureces el resto del universo que no llevas en los labios,
y ojalá que nunca descubras
que quizá soy yo quien te ha convertido en el lobo.
"¿Entiendes por qué no podía mantenerte cerca? Una vez comparaste mis ojos con los agujeros negros más temblorosos que habías visto, y miles de carámbanos me cruzaron la sonrisa para helar mis ganas de que supieras que tienes demasiada razón. Puede, puede que hubiéramos sido eternos durante un momento antes de que yo absorbiera cada estrella de vida que llevas bajo la piel. Sabes que me gusta arder, pero no soy capaz de sostener una cerilla encendida. No quería ver cómo te rompías por estar destruyéndome yo. Empujé a otra galaxia al único Sol que había conocido para no disolverlo en la oscuridad que me duerme por las noches, y lo digo así, porque he escrito tantas páginas sobre la curva de tus labios cuando miras al cielo, que he llegado a enamorarme de tu amor al infinito. Perdóname por mantenerte a salvo; yo intentaré perdonar al mundo por haber creado una nebulosa demasiado negra en tus pupilas..."
Sé que tus acordes ya no llevan mi risa,
y no voy a exigirte que me devuelvas
toda esa colección de versos que te he regalado
y nunca te di.
Me conformo con que no preguntes
por qué estoy tan veladamente rota;
así no tendré que ir al infierno,
si es que hay uno peor que éste,
para pedirle a quien sea que esté ahí abajo,
(o aquí dentro)
que deje de volverte tan guapo cuando estás triste
por mí.

domingo, 28 de abril de 2013

Los monstruos también tienen frío.

Desconocido mío:


A estas alturas, los lunes se han enamorado ya de mí. Les he hecho un nido cerca de la estufa con todas mis mantas viejas, porque siempre llegan a casa empapados de tus ojos y me manchan el suelo de tristeza. Cuando escribo, consigo que se duerman un poco y me dejen respirar (la habitación sigue oliendo a humo), pero ya viven conmigo.
O soy yo quien vive en ellos.

No comprendo por qué sólo me enamoro de ti cuando el mundo 
huele a mojado, o tu camisa a loción para después del afeitado. Me aterra pensar que has encontrado a otra a la que mentirle diciéndole que de verdad te afeitas, (te enfadabas cuando me reía de ti, pero jamás te he visto más guapo que teniendo una barba de espuma blanca) o a la que dedicarle excusas para esos pequeños cortes que aparecían en las comisuras de tus labios. Espero que ella también te los bese para ocultar la felicidad de saberte todavía mitad niño, pero tendrás que enseñarla a adorar la forma en la que endurecías los abdominales para fingir que no te dolían mis golpes. (Si es que existe, deberías presentármela: tiene que saber quererte también cuando eres mullido.)

Tengo muchas cosas que confesarte, y ambos sabemos que no voy a decirte ninguna. Eres lo bastante listo como para saber que nunca voy a encontrar a nadie que me rompa el corazón mejor que tú, porque jamás te lo he dado del todo. Tenía miedo de que descubrieras que te he usado a veces como sinónimo de todas mis musas, puesto que no soy capaz de pensar en la seguridad sin imaginarme tus brazos, y jamás voy a perdonarme por tus nudillos. Creo que tu madre nunca ha confiado en mí, pero tu guitarra lleva mi nombre cuando la tocas enfadado, como si hicieras gritar a la música hasta que me doliera a mí el pecho. Tienes dos canciones terminadas y cuatro 
inconclusas, y no creo que nada supere al timbre de tu risa vibrando en mi nuca. Cuando no me matas, quererte me hace cosquillas en la punta del alma, de una forma tan extraña que parece que me estoy muriendo. Es que me has hecho llorar tanto que voy a empezar a sonreír de pena, y sabes qué poco me gustan las sonrisas.

¿Puedes dormir por las noches? Tomas tanta cafeína que no sé si me querías o sólo me dedicabas la adrenalina de tus venas. He oído que hay quien mata los monstruos, o se enamora de ellos, y a veces me arrepiento de haberte convertido en uno a ti. Quería hacerte feliz (creo), y ahora sólo me quedo en silencio mientras al otro lado de la línea te oigo golpear los muebles y cerrar de portazo tu habitación. Cuando gritas se te quedan mudos los ojos, y no me atrevía a contestarte que era éso por lo que arañaba las sábanas de madrugada, (te mentía diciendo que soñaba con sombras que me arrastraban hacia el fondo, y fieras con grandes colmillos. Y tú te quedabas más tranquilo.) Así que me esperaré a que estés mirando otros ojos para escribir que formas parte también mis pesadillas, porque cuando me da por pintarte de poesías recuerdo qué manera más precisa tenías de quebrarme la voz con una sola palabra. Yo te he dado mi invierno a cambio de que me dejes conservar mi frío. Puede que seas el mejor monstruo que he creado para que no me deje dormir.

Querría protegerte de mí misma, pero nos tengo miedo. He oído cómo te quedabas dormido, y cómo acariciabas la melodía con tus dedos. Te asusta la gente cuando aparece de la nada, (siempre pones esa cara que obliga a reír cada poro de mi piel) y haces hamburguesas caseras con exceso de picante, y aunque pierdes la mirada en la pared con expresión sombría cada mañana, se te traban las palabras cuando intentas decirme que esta noche estoy muy guapa. Verte apartar la vista e intentar conservar tu indiferencia casi consigue que te abrace.
Pienso que estamos bien juntos por separado.
Porque tú querrías borrarme las ojeras, y entonces no podría escribir. Yo intentaría calmar tu vacío, 
tranquilizar esa llama que te recorre la piel envenenándote los días de furia, que pierde tu tranquilidad y la convierte en rayos de ira que a veces cruzan tus labios y tus pupilas, y sé que no se puede. No sabrías besarme sin notar las heridas de mis labios, y nunca dejaría que descubrieras que hay partes de mi piel surcadas de infiernos. Podrías llegar a quererme sin que yo pudiera evitar envolverte con mi niebla. Nos volvería inmortales en cada folio porque estaríamos marchitándonos hasta reducirnos a los desconocidos que al cruzarse por la calle, recuerdan sus miradas.

Te he querido hasta el punto de odiarme.

Y, desconocido, mis lunes están lloviendo por ti

otra vez.

jueves, 11 de abril de 2013

Querida contradicción.


Te he dedicado
un otoño casi tan triste como un sauce llorón
(y tú me haces reír)
un verano casi tan largo como tus pestañas
(y tú me dejas dormir en ellas),
una primavera casi tan mágica como un cielo de algodón
(y tú me lo trenzas en el pelo)
y diecisiete inviernos,
que no sé con qué comparar,
porque todavía no hay nada que se parezca a nuestro frío,
(y tú me guardas el calor, para que no se pierda).
Pero hasta ahora,
me has acomodado el pelo tras la oreja,
y descubriste que tengo cosquillas en las muñecas,
y aunque sabes que me dan miedo las alturas,
-o que me mires desde arriba-
me despeinaste el alma
llevándome sobre el manillar de tu bicicleta
(nunca te diré que nadie lo había hecho).
Todo éso se merece un universo paralelo
donde te pueda escribir poemas a mordiscos,
o ponernos cada día el traje de los domingos,
que es cuando mejor perdemos el tiempo,
para desvestirnos a ritmo de Bob Marley.
Pero yo sigo siendo gris,
y tú sólo te sabes siete colores.
Así que sin que lo sepas voy a abrazarte,
hasta que dejes de temblar
-espera,
tiemblo yo-
y voy a construirte un nombre nuevo
para que jamás sepan
que me refiero a ti cuando digo que está a punto de llover.

viernes, 5 de abril de 2013

Fuiste y fuimos poesía.


Ni te imaginas lo que me arrepiento de cambiar la poesía por tus ojos rojos. De preferir leer tus labios a los versos de Neruda; de cambiar el romper estrofas, por romper tu ropa.
O la utopía de perderme entre lineas por hacerlo entre tus sábanas.
Cambiar punto y coma por los puntos suspensivos del "te quiero".

Quizás no me arrepienta tanto; ¿para qué engañarnos? Jamás abandonamos la poesía.


En cada una de tus ojeras, siempre estuvo escondida.
En el hueco que pocas veces separaba nuestros labios; en los mordiscos en la cadera o el sabor de los besos de verano.
Siempre hubo poesía.

En cada mirada escondida tras pupilas rotas; cada latido que escuchamos marcaba el ritmo de nuestros propios versos.
Los pedazos en el suelo al rompernos juntos eran infinitamente mejor que cualquier poema de este mundo.

Fuimos grandes escritores que abandonaron a sus musas con el primer "te quiero" falso.


Pero jamás nos faltó poesía.
Así que al menos gracias. Gracias por la poesía.

jueves, 14 de marzo de 2013

El número 33 también sabe bailar.

Siento si se me cuela alguna mentira,
pero nunca he conocido a nadie que
quisiera oírme llorar.
                                                                                                                                                            (Primera: yo no lloro.)
Y reconoce
que tú no eres la excepción,
porque me has roto todas las reglas,
tan rápidamente,
que todavía no he decidido en qué cornisa
quiero dejar secando mi vida,
por si me da frío.
                                                                                                                                                   (Segunda: me gusta el frío.)
No finjamos que no duele,
porque tú eres feliz,
creo,
y yo sueño,
(si se puede llamar soñar a un desvelo
eterno)
que he aprendido a olvidarte,
de una forma tan absoluta
que puedo olvidar por qué necesito hacerlo.
                                                                                                                                                                (Tercera: no puedo)
Da igual,
tus pupilas me acompañan
en silencio,
como si flotaran entre las luces,
cuando me da miedo la oscuridad
que encuentro entre tanta gente,
y me sonríen llenas,
a punto
de desbordar versos.
                                                                                                                                                         (Cuarta: tus ojos gritan)
Pero yo no miento,
para qué.
Tú vas a seguir sin existir de verdad,
a mí me gusta lo absurdo,
y juro solemnemente
que mi risa siempre vuela
si cierro los ojos
y pienso en el calor de tu hombro.
                                                                                                                                               (Quinta: mi risa no tiene alas)
Así que lo siento,
llevo prisa.
Ya no me acuerdo de qué excusa te he puesto,
pero llego tarde,
como siempre,
a todas partes,
y todavía no sé si puedo ir:
mi madre dice que no le gusta ese barrio,
y me da vergüenza preguntar a ese anciano
por qué calle me puedo perder más rápido.
A lo mejor se equivoca,
y encuentro tu casa.
                                                                                                                                   (Sexta: los ancianos no se equivocan)
                                                                   
Pero dame un poco de tu tristeza
para el camino;
sí, de ésa que no tienes,
por si empieza a chispear
(sabes que me da miedo cerrar un paragüas
por si me dejo dentro la lluvia).
Vale, luego hablamos.
O nunca.
Llevo una mala cobertura siempre en el pecho.
Por si acaso, éste es mi número,
y no llames,
que me despiertas el corazón
y chilla.
                                                                                                                                     (Séptima: la lluvia la tengo en casa)
Tampoco es que me guste decir
adiós
pero es necesario,
y por eso me voy ahora,
para no decirlo.
Tú no vas a saber que ya no estoy
(nunca he estado)
ni que me he llevado el invierno
enredado en el pelo.
No me vas a echar de menos,
y yo tampoco
a mí.
                                                                                                                                      (Trigésima segunda: te quiero)

viernes, 8 de marzo de 2013

Se cisne.

Poesía es verte bailar, 
sin dejar de hacerlo.
Aunque tu mirada cansada, 
llueva porque no puedas más.
Notas tus huesos rompiéndose poco a poco, 
y tus pies casi muertos, 
pero no dejas de bailar.
Con cada movimiento, 
desparece la niebla.
Y yo, 
sintiéndome, no sé, 
quisiera ser tus puntas, para bailar contigo.
Me encanta cuando bailas, 
porque estás como preciosa, 
estás como cisne.
Qué envidia, 
quizá.

lunes, 4 de marzo de 2013

Sin embargo, eres.

No sé si has sospechado alguna vez que existes de una forma distinta a la usual. -tú preguntarás qué forma es la correcta de existir, y yo, (que a día de hoy desconozco cómo funciona la luna) tendré que morderme los labios para no contarte todavía que eres musa de cada tachón en el papel. O para no besarte.- Así que si algún día (de ésos en los que estoy a punto de llover) bailas, por favor, no mires cómo la primavera cruza cada estación para enredarse en tus tobillos, y te hace acariciar descalzo la moqueta. No. Déjame primero escribirte mientras existes, para no perdernos Luego te enseñaré a morder la música, y me harás latir por un rato.

lunes, 25 de febrero de 2013

Neftalina



Amigo mío:
(¿Podré todavía llamarte amigo? No sé. Tu número sigue en mi memoria para casos de emergencia, pero ya nadie me ayuda a decidir si los lunes sin tu piel pueden considerarse crisis.)
Ayer llovió. Sé que no te gustan los días lluviosos porque el gris te parece un color melancólico, y tú necesitas siempre seguridad bajo esa apariencia despreocupada y ruda que intentabas mantener cuando hablabas conmigo.  Recordé que a veces, mientras te veía perder la mirada en la lluvia, tus pupilas llegaban a parecer de plata viva. Nunca te lo dije, porque quería tu nostalgia oculta sólo para mí. Es extraño cómo el agua encharca las calles de la misma forma que nos encharca los recuerdos, que ahora acaricio con miedo a que se disuelvan y me hagan creer que nunca te vi morderte el labio al hablar de música. Me río cuando pienso en cómo enrojecían tus orejas al discutir, cuando intentabas que tu rock y tu dancehall sonaran antes que mi rap y mis canciones preferidas de jazz. En momentos como ése tus brazos zanjaban la cuestión rodeando mi cintura desde atrás, (tu voz en mi oído ha sido tu mayor composición). Aún así, mientras dormías te tarareaba en voz baja a Louis Armstrong para vengarme, y si alguna vez te diste cuenta, nunca lo supe. Me gustabas más pensando que me escuchabas en silencio desafinar sobre tu pelo.

¿Tu ropa sigue oliendo a mi perfume barato? De él ya tan sólo quedan unas pocas gotas. No me atrevo a gastarlo ni a comprarlo de nuevo; puede que esté destinada a encontrar otro olor que hacer mío, ya que ése se ha adherido a tu recuerdo. Mientras, me limito a mirar de reojo el poso de la fragancia que buscábamos cuando alguien pasaba por nuestro lado. ¿Vuelves a tener unos ojos que querer encontrar entre la gente? Una parte de mí se resiste a no tener derecho a que se me anude el pecho cuando una chaqueta parece la tuya. La otra espera que alguien pueda calentar tus dedos en su mejilla, porque no te gusta la sensación de muerte en las manos. Hace tiempo hallé un brillo en los ojos parecido al de los tuyos y le escribí algunas páginas, pero no llegué a dedicarle un perfume.

Cuando te extraño demasiado, recupero a Neruda de la estantería. Recito bajo el agua caliente su Canción Desesperada, porque sus Veinte poemas ya no hacen cosquillas como cuando los musitaba con la taza de café apoyada en los labios, mientras te veía guiñar los ojos con los primeros rayos de sol. Tampoco quiero recordar cómo decías que tu camisa era arte cuando la llevaba puesta yo por las mañanas, y me hacías regresar a la cama a base de mordiscos en los hombros y promesas sobre dormir hasta que se apagara el mundo. El tacto de tus calcetines sobre mis piernas todavía consigue protegerme de los monstruos, pero no de mí.

Pero ambos sabemos que tú ya no creas otros universos paralelos donde puedes besarme de mil formas distintas sin abrir los ojos. Ya no puedo respirar tranquila llamándote amigo, ni vas a volver a hacer bailar a cada una de mis terminaciones nerviosas con un simple roce bajo la mesa. Sería demasiado fácil contarte que te he olvidado, porque jamás has sabido encontrar una mentira si te la regalo riendo. 



Déjame, 
amigo,
hoy quiero estar triste
sin ti.

domingo, 24 de febrero de 2013

Como si no fueras musa.

 
Su tristeza era lluvia.

Decían que la lluvia sólo alegraba a los locos
-pero quién no iba a estarlo;
ella llevaba zapatos grises y sonrisa de poeta-
aunque nosotros jamás
(y, quien dice jamás dice
todo el tiempo que se te enreda en el pelo los domingos)
hemos sabido comprender un paragüas.

Venecia nunca te gustó inundada,
y a veces,
entre el tintineo de las copas contra la encimera,
se te escapaban por los labios las luces que robas a París,
buscando iluminar la oscuridad que,
-disculpa si susurro, pero el vecino nos mira-
somos.
Me acostumbré a verlas correr,
como si persiguieran cometas de sombras
(las mías)
por tus pómulos de faraón tardío.

No te dije que las robé para escribir versos,
                                                                                                                                                           y fuiste magia en asonante,
                                                                                                                                             porque tus lágrimas forman el Nilo,
                                                                                                                                                                       pero con más cauce.

¿Todavía, tras tanto tiempo,
a oscuras,
quieres bailar?

He huido muchas veces, muchas,
pero siempre se me tropiezan los pies,
de esa forma ridícula de payaso mudo,
con alguna esquina de tu piel de nieve,
-hace años que finjo
que no soy yo quien nieva-
y me escuchas despotricar contra el mundo,
sin apenas inmutarte,
como si de verdad emitiera algún sonido.

No me conoces, pero casi,
y  éso basta para  que te regale el otoño envuelto en periódico,
por si se rompe,
porque yo sí sé que te gustan las manchas de tinta sobre cada objeto,
(te cuentan historias cuando duermes, y yo
no duermo.)

Así que no preguntes,
deja de mirar por la ventana y vístete,
de alegría,
o se nos va a hacer tarde para quedarnos en casa,
oyendo cómo las nubes golpean con timidez el cristal.

                                                                                                                                                                               Déjalas,
                                                                                                                                                                       no estamos.

La tormenta se acerca, pero tú quieres ver cómo el cielo,
un caleidoscopio de rayos,
te electrifica el pecho.

El mundo parece existir febril durante unos instantes,
y pequeñas hormigas con corbata empapada,
intentan poner a salvo su desesperanza,
para el invierno.

No sé si recuerdas que una vez dije
que a veces yo también tenía miedo de andar descalza,
por si no puedo correr lo bastante rápido,
-tú preguntaste hacia dónde,
y con boca de hormiga, yo
respondí que a casa-

Han pasado años, y reconozco que no sé de qué casa hablo.
Sin embargo, he pisado charcos en calcetines,
porque me dijeron que era de locos,
y quiero que sepas que quiero tu tristeza.

Ven,

a mí sí me gusta que llueva