sábado, 9 de agosto de 2014

Adicciones de pega


La primera vez que pruebas el café, la cerveza o el tabaco, sientes asco. Solo puedes notar un sabor repugnante en la boca y te preguntas a ti mismo cómo la gente puede basar -y basan- su existencia vital en esas tres cosas, cómo pueden reunirse alrededor de una taza, jarra o cigarrillo día tras día por elección propia, y tienes la absoluta certeza de que la nuestra es una sociedad de gilipollas, de la que nunca formarás parte porque no repetirás esa asquerosa sensación. Y, en la mayoría de los casos, repites. Repites porque te dicen que el café te mantiene despierto, que la cerveza refresca y te hace más simpático, que el tabaco tranquiliza y queda de puta madre cuando sostienes el cigarro y exhalas el humo como en las películas americanas. Repites porque te prometen que te acostumbras al sabor. Y lo haces. A veces me pregunto por qué tomamos la decisión voluntaria de acostumbrarnos a algo que desde el primer segundo detestamos, y nos paseamos por la calle demostrando abiertamente nuestra estupidez, luciendo con orgullo una medalla al valor de ser totalmente idiotas. Nos acostumbramos a los programas de televisión, a las canciones de la radio, a las verduras, a las vacunas, a la depilación, a las clases aburridas, a enamorarnos de quien no debemos, a los vecinos, al ladrido de los perros, al mundo. La primera vez que me enamoré de ti, fue el primer trago de un café con azúcar o una cerveza suave, la primera calada de un cigarro light, y solo noté el sabor amargo cuando terminé. Me dije a mí misma que el amor era una debilidad absurda, que nunca volvería a repetir esa experiencia, que las personas éramos completos imbéciles en busca de más dolor del necesario. Repetí. Repetí porque me mantenías despierta y alerta entre tus brazos. Tu risa refrescaba a la mía y de pronto todos aquellos imbéciles con más dolor del necesario me caían simpáticos. Conseguías tranquilizar mis noches con una palabra, y tu piel con la mía quedaba de puta madre exhalando suspiros a oscuras como en las películas americanas. Repetí aunque me hubiera prometido que no merecía tenerte. Y no lo merecía. A veces me pregunto por qué tomé la decisión de mantenerte al margen, deambulando sin rumbo entre frases vacías, escondiéndome de mí misma con una medalla a la cobardía escondida bajo el pecho. Me acostumbré a dejar de verte, a nuestros silencios, a la insana tarea de olvidarte, a dejarte ir, a obligarte a no quererme. Tiempo después te miré a los ojos y supe que estaba tan enferma por esa adicción, que te sonreí con tres tazas de café en vena, te pedí un cigarrillo y te propuse quedar a tomarnos una cerveza algún día. Porque me había acostumbrado a ese asqueroso sabor en la boca del estómago de quien echa de menos algo que ha querido perder.

sábado, 28 de junio de 2014

Adiós de bar sin carretera.


Podemos elegir en qué creemos o en qué necesitamos creer.
Quizá por eso nadie tenga fe.

Podemos elegir que el miedo sea una pistola apuntando al corazón. Una mirada y un "te quiero" que se disuelven en el aire como el veneno se disuelve en el último trago. Podemos elegir abandonarnos sin explicaciones a un recuerdo de tiempos mejores. Y ambos sabemos que los mejores tiempos estaban cargados de dolor.

Puedo elegir mirar cómo te disuelves en el veneno de la distancia. Que el humo de tu cigarro se retuerza entre tus labios al igual que lo hace la pena en mis dedos cuando te escribo durante horas, sabiendo que nunca podrás leer cómo intento cicatrizar acantilados en nuestra memoria.

Puedes elegir confiar en mí. Puedes elegir creer que te quiero con la fuerza de todos los demonios que me obligaron a alejarme de ti, creer que solo necesito tu abrazo para recomponer mi vida.

Elegí morir para que tú vivieras. Elegí el silencio antes que gritarte entre sollozos la verdad que nunca diría y ya te he dicho muchas veces. Te elegí a ti antes que a mí.

Y tú elegiste aceptarlo. Elegiste borrarme de tu cuerpo sin explicaciones para reemplazarme por otras risas y  perfumes de mujer. Elegiste la cerveza de los bares que me observaron huir corriendo de nosotros. Elegiste aceptar con sencillez que yo ya no estuviera.

Ojalá seas tan feliz con tu elección como doloroso es mirarte en unos ojos que ya no sonríen.

Ojalá seas feliz.

Podemos elegir a quién queremos o a quién necesitamos querer.
Quizá por eso yo no pueda querer a nadie.

domingo, 11 de mayo de 2014

Carta desde alguien que ya no existe.


Tras toda tu rabia recién estrenada sigues guardando esa vieja inocencia tierna que un día me obligó a querer ser buena.

Ha pasado el tiempo, se ha detenido a mirarte, y habéis quedado para que te presente al verdadero monstruo.

Abre, soy yo.

Toda la tristeza del mundo se ha reducido a un silencio.
Está poblado de personas que mienten.

Tienes mucho que descubrir todavía, y hemos agotado el tiempo para volvernos niños unas horas. La mejor nota de despedida que puedo imaginar es enseñarte a temerme; quizá en otra vida vuelva para destrozártela, y necesitarás saber que también puedo decir la verdad.

A ti te preocupaba mi ausencia de palabras, que lo hiciera desaparecer todo bajo un silencio mágico que invirtiera los problemas en sonrisas vacías, sumergirte en una ignorancia que solo intenta protegerte.

La bestia que debes temer acalla los ojos y la piel. El mayor terror que crea es un contacto vacío con ojos ausentes, cubierto de risas y palabras que jamás significarán nada.

Mantente escuchando: mi risa tintinea en una frase alegre mientras has dejado de notar que hace días que no te miro a los ojos y tengo las manos frías.
Tú respiras tranquilo porque estoy hablando.

Bien es la palabra más pobre que hemos creado.

Entre nosotros todo está bien.

Respira.

Casi he huido, solo quería despedirme de la persona que he sido contigo. De la persona que has dejado de ser. Un día me sorprendí echándote de menos mientras me estabas abrazando; comprende que ya lo he perdido todo, tengo que irme aunque me quede aquí.

Puede que te haya mentido, quizá sea una nota de suicidio.

De todas formas tienes una voz preciosa: quédate en silencio y oye cómo te habla la piel cuando te brillan los ojos.

Te quiero y ojalá puedas perdonármelo.

Ya me he ido.

Puedo prometerte que no voy a volver; un día me enseñaste a ser buena.

Por fin lo he sido.

Contigo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Danzas al viento

Las personas tenemos un problema terrible: necesitamos que nos quieran. Podemos sobrevivir sin llegar nunca a querer a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, pero nuestra alma, firme fragilidad de la razón, acaba por marchitarse en silencio si no encontramos otra que, al menos una vez, nos tienda la mano con dulzura.
Perseguimos desesperados ese contacto desde que nacemos, revolviendo todas las vidas que nos tropiezan en su propio camino, buscando aquel cariño que encaje con la forma del nuestro y nos complete, aunque sea tan solo por unos instantes. Eso es lo terrible y maravilloso: de nuestra ternura nace el amor, y las personas dan un paso más tratando de alcanzarlo desde el principio, sin saber que es del amor de donde surge el dolor.
Yo busco el origen, la primera chispa del roce de dos cuerpos, el amor anterior al amor. Busco risas profundas y frescas con los ojos cerrados, alguien que camine junto a mí en un silencio apacible y se sienta lo suficientemente en paz como para discutir conmigo las pequeñas cosas. Hablar de cine y literatura, de comida y ciencia, y alergias, y familias, y tristezas, y sueños; y que las palabras más importantes no sean necesarias en voz alta. Que sea la revolución insumisa contra la rutina del mundo, que me haga sentir libre y libere todos mis pájaros de entre mi pelo para que vuelen a mi alrededor, y nunca me parezca bonito sino arte, y que como el arte se desligue de su forma y me haga sentir algo.
Yo no busco el amor, no busco un amante que me bese en una calle oscura, ni una caricia lenta por la espalda, ni un romance que provoque historias, ni a alguien que quiera esto mismo de mí. Pretendo descubrir un alma que le hable a la mía de poesía y de personas, -que a fin de cuentas es la misma cosa-, y que nuestro conocimiento mutuo no sienta necesidad del amor, sino que sea este quien nos necesite a nosotros cuando desee existir.            @MelanyButler

lunes, 21 de abril de 2014

La mudanza de las sonrisas interiores.


Aquí está mi historia trágica de los lunes lluviosos:

Es lunes y hace tanto calor que escribo sentada en el suelo sin pantalones y una camiseta vieja, tal y como a ti te gustaba encontrarme, tal y como yo hacía que te perdieras. La historia sigue siendo la misma, y ojalá nosotros pudiéramos decir lo mismo.

Te echo de menos y todavía no he huido del todo de ti. La primera norma que me puse fue no hacerte un daño que no fueras capaz de superar con tres cervezas y abrirte los ojos y los labios a un mundo que no conocías todavía muy bien, enseñarte todo lo que desearía que no me hubieran enseñado antes, hacer bien mi papel de musa y que los destrozos los pagara el seguro de la puerta trasera del coche donde quería llevarte borracho.

Y mírame. Llevo tres noches dando vueltas en una cama desmesuradamente vacía, echándome a llorar cuando mi vecino toca la guitarra con toda la rabia que muerdo, e intentando cubrir con risas unas ojeras hechas de pólvora y un corazón en carne viva. Hay tantas cosas que necesito decirte, y que sin embargo no son capaces de vencer el obstáculo que supone que si abro la boca me quiebro. Tengo poco que dar y demasiado que guardarme, y me conoces lo suficiente como para saber que no me verás ahogarme en vida sabiendo que es por ti. Puede que tú vayas ya por la quinta copa y no lo supero.

Todas las promesas que te he roto no son ni la mitad de las que me he estrellado a mí misma contra el suelo de la cocina. Me hiciste jurar que no volvería a intentar morir tan rápido, y a cambio de tu mano sobre la mía cerré los ojos y permití que el infierno se me metiera dentro. Puedes estar tranquilo: pásame un bombón y no te cuento todas las veces que he deseado arrancarme la piel esta última hora.

Soy una hija de puta pero cuánto querría no serlo contigo.

Me pediste el alma entera y te la he dejado sobre la mesa, con los agujeros y las zonas prohibidas rodeadas en rojo. Si preguntas por qué solo soy mala contigo voy a sonreír como si hubiera dormido algo y voy a subrayar en silencio esa parte donde dice que soy incapaz de fingir si estás cerca. Puede que me importes demasiado o que tenga la necesidad egoísta de que sepas que existe alguien debajo de todas las falsas carcajadas a quien le da miedo el fuego y que no la quieras.

Existen tantas formas de querer como de morir, supongo que es lo mismo. Habrá gente a la que no le importes una mierda y otra que te ayude con los finales de matemáticas en vez de ir a merendar. También hay a quien le dan igual tus errores o tus decisiones (en mi caso tienen el honor de ser sinónimos), o aprende a vivir contigo y con ellos en paz con el karma, tolerancia lo primero, haz con tu vida lo que quieras yo te querré tal y como eres.

Luego estoy yo, que se me queda cara de tonta y risa de cine mudo cuando alguien que no eres tú me habla desde unos labios que he recorrido a nado. Sabes que estoy loca y soy tan rara... no me pidas que me encoja de hombros y te deje ser de nuevo si lo que se me encoje es el corazón cuando me abrazas y no te siento al completo. Una vez las piezas encajaban con gracia, y ahora ni siquiera es el mismo puzzle.

Pero no me voy a ir. Voy a quedarme a tu lado hasta que se apague el mundo y voy a conocer de memoria el olor de cada centímetro de tus brazos, porque tienes razón. Tú y yo ya no somos los mismos, y tus decisiones irán a la par que las mías para mantenerte cerca, aunque tu voz no sea igual que aquella que hace tiempo quise escuchar con más detalle. Pero no te querré igual, no puedo brindarte el mismo tono de ternura y cariño que pinté exclusivamente para aquel que ya no eres. Prometo buscar otro color, otro amor que combine con nuestros nuevos días, igual de fuerte e incondicional, pero distinto. No me interpondré en aquello que desees vivir, pero tampoco dejaré de sentir tristeza. Tu calor es mi casa, aunque nos hayamos mudado.

Desconocido, todavía no sé bien quién eres,
pero sé que te amo
tanto como te echado de menos
y he llorado tu muerte.

jueves, 27 de marzo de 2014

El mal tiempo lo lleva marcando el reloj muchos años.


Yo todavía no he escuchado a nadie decir
sinceramente
"gracias por no venir"

la de cosas que habríamos roto
a fondo
si hubiéramos aparecido alguna vez
donde no lo hicimos

que te abran la puerta
y te abracen
(esto es tan hipotético que no existe)
agradeciéndote las putadas que no has hecho
sin querer
o con esfuerzo;
tiene que ser bonito

somos pensamientos aleatorios
como las canciones del móvil
hechos para hacer mucho daño

que te digan "qué viento hace"
cuando casi se te está peinando el pelo
mientras deseas volarte por la calle
y sigues pegada al suelo
y a un chicle

todos fuerzan sonrisas
risas nerviosas
mientras se les vuelve del revés el paraguas
al cruzar el semáforo
e intentan arreglarlo apresuradamente
para que no les pite un coche
cuyo conductor esa noche no ha follado,
y volver a su gris anonimato
de paraguas dóciles
y ropa seca

y juro que voy a pararme a aplaudir
cuando alguien tire el suyo en medio del paso de cebra
con un conciso y adecuado
"me cago en la puta"
se arregle la chaqueta mojada
y se vaya
entre muchos pitidos
porque ahora hacen falta más personas
con sincera mala leche
y más lluvia

el ser humano merece la pena
cuando deja de intentar merecer la pena
y se ríe

y joder,
que estamos mucho más guapos
cuando somos unos hijos de puta
que roban cucharadas de postre cuando no miran
y se encienden pitillos a escondidas en el baño
y dejamos de preocuparnos de la vida
un rato
cuando nos abren la puerta
y nos abrazan
preguntando
qué narices hacemos allí.

martes, 4 de marzo de 2014

Petición a las personas neutras.


Y ojalá que las personas nunca nos demos cuenta de que puede existir algo mejor, algo más templado que una almohada vacía y sábanas perfectamente colocadas; que la realidad siga siendo despertarse sin haber soñado, unos labios mudos, una ventana no empañada de sudor, canciones sin silbar ni bailar lento en la cocina. Ojalá que no sepamos que merecemos algo más que mantenernos en espera al otro lado de un teléfono muerto o admirarnos cuando una falda corta no deja en el aire una típica frase de amor usada. Que nadie nos enseñe a sonrojarnos con un beso en la mano o si nos acomodan el pelo tras la oreja, ni a acostumbrarnos a hablar de poetas y pintores locos de amor en un café de primera cita. Proteged a las personas de las cartas a mano y los bailes de giros que hacen nacer carcajadas en cada poro de la piel, de las sonrisas espontáneas y sinceras que nacen con lentitud de un saludo, o como una explosión al ver a alguien cruzar la puerta; de los apretones de manos nerviosos a los padres, de la educada charla con las madres, del alivio inmenso de una doble mirada de aprobación entre plato y plato. Que nunca han existido los abrazos desesperados sin palabras, como si solo pudiéramos mantener el alma unida entre los brazos de otra persona; que los barcos de guerra nunca vieron parejas besándose por última vez a través de un ojo de buey. Que es imposible notar una caricia que viaja con ternura desde los ojos a veinte pasos, que el mundo sigue pareciendo horrible cuando alguien te lee a Neruda, descansando en la sombra de un parque; que los pájaros jamás se callarán cuando una voz pronuncie ese nombre. No encontraremos nunca nadie que nos brinde la inocencia de los seis años con un roce de piel al caminar, ni sentiremos un universo expandiéndose en el pecho hasta estallar en un latido de corazón acelerado. No tendremos la oportunidad de cerrar los párpados y abrir la mente a la música una noche en un concierto cualquiera, con alguien muy concreto. La vida será gris y apagada aun si reconocemos aquel olor en la chaqueta.

Ojalá que nos lo creamos todo, y podamos protegernos de nosotros mismos, del amor que nos ataca en el aire, de las noches que le siguen, del dolor que no imaginamos que se esconde tras su marcha.
Ojalá que el ser humano no se de cuenta de lo maravilloso que es, para que no tenga que sufrir por creer que no está a la altura.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La música que te baila en la punta de los modales aburridos.


Frente a la ventana de la izquierda del salón de un piso de un edificio del final de mi calle
hay un piano
que a veces habla
flojito
apasionado
triste 
tierno 
llorando,
o se queda mudo y solo,
 y también lo escucho.

Los vecinos se han olvidado 
de que lo odiaban
cuando jugaba y tropezaba y
se caía en un do desafinado,
manchando toda la escalera 
con pérdidas de ritmo.
Luego lo mandaron a la escuela, 
dejó de reír,
le pusieron un uniforme gris solfeo
-no hay color más muerto-, 
y madrugaba mucho 
para esperar un recreo
donde sonreír un poco
en el mismo do desafinado.
Los vecinos le seguían odiando
de 9 a 2 y de 5 a 8. Pasó años hablando
sin decir nada 
por miedo. Maduró sin querer
y dio su primer beso de
menos de dos minuto
en un Himno de Beethoven.
Le llegó el estirón 
(de corazón) 
y conoció a Mozart, 
a Bach; 
le regaló las estaciones a Vivaldi,
Handel, Brahms;
un día, se desnudó por completo, 
le tiró el gris a la cara a los vecinos 
se volvió a reír. 
Ya solo le odiaban 
algunas noches,
cuando no podía dormir. 
Encontró a Chopin
en un nocturno en mi bemol mayor op. 9 nº2,
 y supo sin ninguna duda
que quería que fuera su risa 
todos los días de su vida. 
-aún se siguen conociendo
y cada vez se gustan más-. 
Tuvo hijos inéditos 
nacidos del alma, y los vecinos empezaron a visitarlo
para que durmiera a los suyos. 

Ese piano tiene nombre de mujer 
-no la he visto nunca-, 
pero siempre paso bajo su ventana
y sé que la conozco, 
que el alma le nace de los dedos 
muchas veces, 
y me parece muy bonito
o muy triste
o muy humano. 
Frente a la ventana de la izquierda del salón de un piso de un edificio del final de mi calle 
hay una chica, 
y ojalá 
que siempre esté ahí.

martes, 11 de febrero de 2014

La chica perfecta de los poemas que a nadie se le han ocurrido aún.


Me pregunto si los hombres sabrán de verdad cómo es la chica perfecta.

Aclararé que existen miles de chicas que te gustan,
que te emocionan,
que te aterran;
existe una chica para cada momento
y cada despedida.
Puedes besar a la chica guapa,
mientras piensas en la chica dulce,
sin haber olvidado a la chica triste.

La chica perfecta -supongo-,
es un poco
como todas.

Voy a empezar por lo importante.

La chica perfecta se ríe como si no existiera el dolor
y cada bocanada de aire fuera un regalo de frescura.
También se ríe a veces con la mirada ausente
y los labios mudos de nostalgia,
y llora de la risa en un banco del parque,
con la respiración entrecortada y las mejillas ardiendo;
y tiene una risa más grave y aguda al mismo tiempo
cuando ríe de forma hueca si la enfadas;
y ríe cuando tiene ganas de llorar, para que tú rías;
y se le escapa una carcajada muy bajita
cuando lee tu último mensaje en la pantalla del móvil,
y se ríe con los chistes viejos de tu padre,
y se ríe de ti cuando te tropiezas con el bordillo,
y ríe al borde del desmayo con las cosquillas,
y tiene una risa totalmente distinta a las demás
justo después de un beso.

A cada latido le nace del corazón una nueva sonrisa,
aunque quisiera, no podría explicarlas todas.
Todas hacen que la luz se enrede en sus dientes
y le llegue a los ojos.
Incluso si sufre.
Sobre todo si sufre.
Lo más importante es que sonríe sin querer
cuando ve a un niño pequeño de la mano de su padre,
con unos mofletes imposiblemente comestibles,
o cuando te reconoce entre mucha gente
y esa sonrisa también le vibra dentro,
y le da vergüenza.

La chica perfecta se emociona si al andar
se encuentra un céntimo por la calle
o una pegatina sin abrir de una bolsa de patatas,
y se agacha a cogerlo, entorpeciendo el paso al resto.
Acepta los folletos que dan por la calle,
los dobla con cuidado y los guarda en el bolsillo,
aunque luego los tire,
o los use para escribir versos sueltos por detrás,
para que el repartidor
que la ha olvidado tres segundos después,
no se moleste.
Da los buenos días a las señoras mayores,
y a los profesores por el pasillo,
y  al panadero que siempre encuentra al salir de casa.
Se despide con un "cuídate" y dos besos,
le da las gracias a la camarera,
aunque esta no le ponga el sobrecito de azúcar;
habla de usted cuando pide la hora,
y llama señorita a una mujer que sabe
que ya podría ser señora
y que se ilusiona con el diminutivo,
y es ella la que dice "perdón"
cuando un hombre la empuja al caminar.
Nunca sabe el nombre de las calle
sobre la que le están preguntando,
pero querría saberlo.
Si se encuentra un móvil,
lo devuelve,
fíjate.
Anda con la vista fija en el suelo
o en el cielo,
temiendo encontrar la mirada con alguien
que no la esté buscando a ella
-a la chica perfecta no le han dicho
que cualquiera desearía encontrarla-;
sostiene la puerta a la persona que va detrás,
a veces persigue palomas,
tropieza cada día con el mismo escalón
y no aprende
sino a aceptar con humor los golpes
(también los que le da la vida);
sabe que a cada segundo
podría comerse una napolitana de chocolate
y estaría contenta;
-la chica perfecta
no sabe que a cada segundo
necesita un abrazo-.
Tiene cosquillas imaginarias que la atacan
solo con que acerques tus dedos a su piel.
Su piel huele a ella toda,
pero en verdad huele a ternura.
Canta en la ducha con los ojos cerrados,
y tararea cuando barre el suelo,
y al salir a sacara la basura.
Conoce los tangos de Gardel
y todos los solos de Jimmy Page,
pero nunca recuerda dónde ha puesto las llaves.
Andrés Suárez la hace flotar un poco.

No sé si es guapa.
Pero lo es,
aunque no lo sea.

Tiene muchas gamas de miedos
y de complejos que la arañan por dentro.
Querría ser esa chica de falda corta y piernas largas
que ha hecho sonar los cuellos de todos sus compañeros.
Cambiaría el color de su pelo y de sus ojos,
su estómago, sus muslos, su cintura;
quizás querría medir distinto.
Sueña con los rasgos simétricos -y falsos-
de la nueva modelo de esa tienda
donde no le sientan bien los pantalones.

La chica perfecta
nunca entiende que es perfecta,
y que sus dedos son caricias vivas,
y sus pestañas provocan tormentas completas,
y sus labios son almohadas de calor.

Ella cruza por tu vida
durante nueve años,
o tres meses,
o la ves diez segundos tras un escaparate.
Puede que no la conozcas,
o que la veas y no la observes.
Hay que mirarla dos veces:
primero con los ojos,
y después con el alma.
Entonces lo sabes.

Me pregunto si los hombres sabrán de verdad que todas las mujeres son perfectas.

domingo, 9 de febrero de 2014

Te echaba de menos.


Me asusta ya no conocerte,
de qué estás hecho bajo las sonrisas educadas,
o de qué color tienes ahora el ánimo cuando juras que estás bien;
no confiar en cerrar los ojos contigo
por si de pronto ya no estás, y me encuentro sola,
y al abrirlos descubro que sigues todavía sentado junto a mí,
pero ya no eres tú.

Antes habría jurado entender cada una de tus risas silenciosas,
saber cómo diferenciarte en todos los días que me regalaras,
cuando te noto apretar los puños escondiéndolos bajo la mesa
y tensas la mandíbula clavando la vista en un universo ínfimo de la pared,
o cuando se te escapan de los labios suspiros ahogados en vida,
y tus dedos se mueven solos añorando una música que solo tú oyes.
Habría hecho callar a una sala al completo de amigos desconocidos
para defender tu alma ante cualquier pecado que la manchara,
cuando el mayor pecado era la ira que te domina los ojos si la llamo
o el sufrimiento pleno de un corazón que no encuentra su hueco.
Bastaba un gesto tuyo para que la seguridad se encontrara a tu lado,
en un abrazo efímero, en una carcajada sin aire,
en una caricia de ternura, en la piel que lame tus brazos;
la confianza plena era la verdad que compartíamos,
el saber que me dejabas quererte a mi manera
sin temer nada, porque conocía todo aquello que escondías.

Antes.



Ahora tu nombre sigue siendo tu nombre,
pero diez cosquillas de menos.

Ojalá que nunca leas esto sabiendo que hablo de ti,
de la confianza que me he dejado en un bar cualquiera,
entre el humo de cien cigarros y olor a marihuana,
en una botella de vodka, dos de tequila y mil cervezas,
en el envoltorio de un preservativo abierto sin amor,
en el desconocimiento de creerte todavía a mi lado
cuando has pasado meses recorriendo otros mundos
sin dejarme una nota de despedida sobre la mesa.

Habría perdonado incluso que me mataras,
si antes me hubieras dicho que querías hacerlo.

Quizás lo que más me aterre sea andar sin rumbo,
levantarme de la cama y vestir la misma felicidad ajada,
abrigarme para mantener el frío dentro del pecho,
y que ya no estés tú para susurrar que sabes que tengo miedo.

Y seguiré pintándote las mismas sonrisas brillantes,
la misma alegría entre bromas y páginas de texto.
Seguiré estando contigo en tus enfados y tormentas,
cuando las palabras se te escapen de la boca necesitando un oído
y la chica que ayer te besaba hoy te de la espalda en los pasillos.
Te brindaré el apoyo tierno que siempre me has brindado,
la amiga que he creado moldeada a tu amistad,
y aún querré borrarte las marcas de dolor de las ojeras.

Perdóname si algún día no puedo,
si el vacío se me expande hasta las manos,
y al abrazarte notas que ya sólo siento tu abrazo.

Puede que algún día vuelva al bar donde nos perdimos,
y recupere la manta de bondad con la que yo creía abrigarte.
Mientras, intentaré conservar el calor del recuerdo que me diste.

Habría perdonado incluso que te ocultaras en tus sombras,
si antes no me hubieras pedido la más absoluta claridad.

viernes, 7 de febrero de 2014

Con desánimo de ofender.


Me pregunto si toda esa gente que me anima,
con desgana,
y me dice que a ver si me alegro un poco,
que la vida es muy bonita
se da cuenta de que si tengo cara de seria
es porque me importa una mierda
lo que sea sobre lo que me estén mintiendo.

Resulta que me he encontrado en el suelo
una pegatina sin abrir de una bolsa de pipas,
y me ha hecho más ilusión
que entrar en una sala con todos mis amigos,
mirando en pequeños grupos un móvil
como quizá mire yo un bolígrafo cuando sola:
intentando sacar de él una excusa
para no estar más tiempo en silencio
y no tener que hacer algo más normal.

Estoy absolutamente convencida
de que a los creadores de la talla XS
nadie les ha regalado nunca un Huevo Kinder.
Si todos estuviéramos ciegos,
probablemente el chocolate no sabría tan bien
y nos criticaríamos por los sonidos.

Así que tengo la misma mueca de asco
(juro que he intentado reírme, o eso creo)
y sigo sin ser delgada ni guapa
pero mis desengaños sobre la educación
se han comido toda la sinceridad
y mi abuela se sentiría muy orgullosa
de lo grandes y fuertes que están.

Dice Luis Ramiro que
matemáticamente el amor es un error,
pero me piden la demostración teórica
y a mí las ecuaciones
nunca me han salido elegantes.

Mejor apaga y vete
que yo me voy a quedar un rato
intentando que mis palabras
se parezcan más a lo que no estoy sintiendo
y por una vez, cuando las lea
piense
"joder,
con todo este veneno
puedo hacer nacer a una serpiente".

sábado, 1 de febrero de 2014

Jaque mate.






Ser romántica es mover una pieza de ajedrez,
dispuesta a devorar cada peón de tus recelos,
destruyendo las altas torres de miedo que te guardan;
cabalgar el caballo salvaje de tu espíritu joven,
romper los alfiles cortantes que protegen tu alma,
convertirme en la reina que acaricie tu rostro fresco,
y derrocar por fin al rey de soledad al que sirves.

Las palabras que te regalo son movimientos fríos
bajo el mando de un corazón rebosante de calidez.
El amor no es más que un juego fácil
donde el mayor obstáculo es que continúes la partida.

Quizá podría olvidarte si me lo propusiera,
abandonar tu recuerdo de luz y brisas
a la sombra de cualquier amistad distante y tenue;
puede que desconectar la electricidad de tu piel con la mía
fuera tan fácil como responder a tu risa con mi risa
o buscarte sin saberlo cuando entro a esa habitación.
Creo que sería capaz de borrar tu mandíbula en mis labios,
la proximidad de tu cuerpo en mi alma,
la huella de tu mano tendida a mí en el aire,
el silencio que acompaña tus parpadeos.

Podría quererte
olvidarte,
destruirte,
pero el último movimiento fue mío,
y todavía no sé qué es lo que quiero intentar.

sábado, 11 de enero de 2014

Tú traduces a poesía mis ganas de hacerte cosas poco poéticas.


De pronto
tienes un verso entre los dientes,
una rima enredada en el pelo,
una asonancia entre tu risa y mi latido,
un soneto entero hecho de ti
sin estructura ni orden ni final,
pero perfecto y absoluto
como el frío contactando con mis mejillas ardiendo.

De pronto
conozco toda tu piel con tocarte las manos,
y tus miedos a todo lo temible,
tu forma de andar sin saber por qué te mueves,
tu prisa por ser aquel que vive lento,
tus reservas de ternura para un amor de emergencia,
tu desconocimiento total de emergencia alguna.

De pronto
tu frescura me quema todas las excusas
y me limito a mirarte la esencia,
los labios,
la risa,
la pena,
la máscara,
la voz,
la clavícula,
la marca en tu cuello,
el culo,
podría condenarme por ese culo,
y después de todo,

de pronto,

entiendo qué quiere decir Neruda
con eso de que se la tiraría como a un cerezo,

porque me gustas de todas las formas
en las que puedo quedarme callada
estando como ausente
cuando pasas.

Podría follarte durante toda una noche,
y a la mañana siguiente tendría ganas de hacerte un poema.